Homilía en la misa crismal 2022

● Su Excelencia Mons. Jesús María de Jesús Moya, obispo emérito de la diócesis de San Francisco de Macorís. ● Estimados sacerdotes diocesanos y religiosos. ● Queridas hermanas religiosas 

● Estimados diáconos, animadores de comunidad, ministros de la eucaristía, ministros del altar, catequistas, ministerio coral 

● Apreciados seminaristas. 

● Querido pueblo de Dios que nos acompaña en esta catedral y a través de Telenord…… 

● Saludamos desde aquí a los sacerdotes que se encuentran cumpliendo una misión fuera de nuestra diócesis: P. Darwin Rosario, quien se encuentra estudiando en Austria, P.Carmelo Méndez de misión en la diócesis de Barahona. Algunos sacerdotes no están presentes aquí por razones de salud o porque están fuera del país ayudando por esta semana santa a otros hermanos sacerdotes. Su excelencia Mons. Fausto Mejía, obispo emérito también se encuentra,en estos días, fuera de la diócesis 

● Saludamos a los hermanos sacerdotes que gozan ya de la presencia eterna de Dios Padre: P. Wilfredo Mercedes, Niño Castro, Dionicio Suárez, Bienvenido Hernández y Moncho. 

La misa crismal es una manifestación de la comunión existente entre el propio Obispo y sus presbíteros en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo. Dada esta ocasión, estimados sacerdotes, a ustedes quiero dirigir de manera 

especial esta reflexión de hoy jueves santo, día en que conmemoramos aquel momento en que Jesús se sentó a la mesa con sus más estrechos colaboradores, los apóstoles, para celebrar y cumplir lo mandado por la ley del Señor. 

Aquella cena, a diferencia de otras tantas, tiene la característica de ser la más especial de todas. Jesús el Ungido, se sienta a la mesa como el que sirve, el Elegido elige este momento para ofrecerse como sacerdote, víctima y altar. 

Con esta celebración Jesús dejó instituida la Eucaristía como sacramento de su presencia entre nosotros y así da plenitud a aquella acción de su Padre de elegirnos pueblo suyo, nación consagrada, pueblo de su heredad. Pero dentro de ese pueblo consagrado El elige de manera particular a sacerdotes, hombres ungidos para perpetuar la presencia viva de Jesús en la Eucaristía. 

Al renovar en este día nuestra ordenación sacerdotal, recordamos aquel momento tal especial en nuestras vidas. Día en que por la imposición de manos de nuestro obispo fuimos ungidos con el santo crisma que nos instituye como sacerdotes del Señor. 

Quién de nosotros no recuerda el texto de Lucas, 4, 18: 

EL ESPÍRITU DEL SEÑOR ESTÁ SOBRE MÍ, PORQUE ME HA UNGIDO PARA ANUNCIAR EL EVANGELIO A LOS POBRES. ME HA ENVIADO PARA PROCLAMAR LIBERTAD A LOS CAUTIVOS, Y LA RECUPERACIÓN DE LA VISTA A LOS CIEGOS; PARA PONER EN LIBERTAD A LOS OPRIMIDOS, PARA PROCLAMAR EL AÑO FAVORABLE DEL SEÑOR. (Lc. 4,18-19) 

Inspirado en estas palabras tomadas del profeta Isaías el evangelista Lucas presenta a Jesús como el ungido del Padre y de este modo la Iglesia al ungir al nuevo ordenado sacerdote pone en boca del obispo consagrante esta oración: 

“Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio”. 

Somos ungidos para santificar. 

La unción en la biblia es una acción divina sobre aquellos elegidos, que bien recibirán un gran favor como el caso de muchos enfermos, o bien sobre aquellos elegidos para una gran misión: David y los reyes, Aaron y los profetas, y de manera muy particular sobre Jesús, el Hijo de Dios, El Señor y Mesías. 

La unción nos pone en relación con la misión de la iglesia. Somos ungidos para colaborar en la misión santificadora de la iglesia. Como asamblea santa ella se deja santificar por su fundador y en esa medida santifica. En esta misión de santificar ella reconoce también que las tentaciones del maligno están dentro y fuera de ella. Nosotros como ungidos no somos librados de las tentaciones, pero sí fortalecidos para resistir lo malo. 

Recibiremos hoy los santos óleos consagrados: 

Con el óleo de los enfermos ungimos a los que buscan la salud de cuerpo y de alma. Se nos invita a ungir a los enfermos a 

ejemplo de Cristo, que siempre estuvo presto a atender a los enfermos. 

Con el óleo de los catecúmenos ungimos a aquellos que por el bautismo se incorporan a la Iglesia y se hacen hijos de Dios. 

Con el santo crisma somos consagrados como sacerdotes, profetas y reyes. 

La unción con el santo crisma, nos recuerda a los sacerdotes, de manera muy particular, que somos consagrados para santificar . 

Esta unción nos hace distintos a cualquier organización y a sus miembros. Somos ungidos por el Espíritu Santo y con ello somos incorporados al sacerdocio ministerial de Jesucristo 

Somos consagrados para la iglesia, para estar en el mundo sin ser del mundo. Cuidemos siempre de vivir nuestro sacerdocio no desde la mundanidad, sino desde la búsqueda contínua de la santidad. 

No dejemos que los criterios de la mundanidad, tales como la moral subjetiva o situacional, el relativismo,el desarraigo cultural, las teorías y acciones igualitarias, sean los que nos marquen las pautas para vivir nuestro sacerdocio. Seamos sacerdotes en todas partes, bajo cualquier circunstancias. Que nada ni nadie nos desvíe del camino de la santidad que conduce a Cristo. 

Ungidos para ofrecer a Dios el sacrificio 

La eucaristía que celebramos cada día debe revivir nuestra primera misa. Es cierto que las tareas y afanes pastorales muchas veces hacen llegar a nosotros el cansancio, pero pidamos hermanos, que entre más cansados nos sintamos, celebremos la eucaristía con mayor fervor. Acaso no es el mismo Jesús que nos exhorta: “vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré. (ver Mt. 11, 28) 

Celebrar la Eucaristía no es un trabajo, es una celebración del sacrificio agradable de la cruz que nos dió la redención. Desde la Eucaristía nos santificamos y santificamos a los hermanos y hermanas de nuestras parroquias. 

Para resaltar el valor del sacrificio eucarístico, permítanme citar algunos textos de la Constitución Sacrosanctum Concilium 

“Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, «ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz», sea sobre todo bajo las especies eucarísticas”. (SC 7) 

Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera. (SC 47) 

Quiero concluir con una petición de la Sacrosanctum Concilium 

En el sacrificio de la misa pedimos al Señor que, «recibida la ofrenda de la víctima espiritual», haga de nosotros mismos una «ofrenda eterna» para Sí. (SC 12) 

Amen.